La restauración de la torre de Tamarit y la la piratería berberisca.

Articulo titulado "Moros de allende mar" del periódico digital "informacion.es"

No es la primera vez que tratamos el tema, que ya hemos dedicado varios artículos a la piratería berberisca que acosó las costas valencianas en los siglos XVI y XVII, pero la reciente restauración de la torre de Tamarit, salvada de la destrucción "in extremis", es una buena ocasión para rememorar aquellos hechos que supusieron la fortificación del litoral del Baix Vinalopó, que hasta en la marisma costera necesitó de su torre.

Aunque de momento permítanme que no me pronuncie sobre la corrección o no de la obra de restauración realizada, el monumento, ciertamente, necesitaba de una intervención de urgencia. Así, de momento, ni el tiempo ni la desidia nos han privado de una seña de identidad muy emblemática del paisaje salinero del Baix Vinalopó. La torre se ha reconstruido y vuelve a lucir orgullosa entre las aguas del salobral. Felicitémonos, pues, de ello.Cuando se construyó la torre la costa no era lugar tan idílico como lo es hoy, que la piratería berberisca acosaba y eran muy habituales los ataques, que hasta grandes armadas se presentaron ante la desembocadura del Vinalopó, como pasó en 1543, 1550 y 1552, cuando grupos de galeotas, no más de cinco que hacían la guerra por su cuenta, como las que en 1601 tenían como base la isla Plana o de Santa Pola, un lugar despoblado entonces, que sirvió de refugio a los bajeles del turco (los argelinos servían al sultán de Estambul). Aquellas naves mantuvieron en jaque los movimientos comerciales del puerto alicantino vecino. Así que la ciudad del Benacantil pidió al rey la intervención de la flota del rey, radicada en Barcelona.

El problema de una flota de guerra era su mantenimiento. A veces no había más remedio que recurrir al corso para contestar a las provocaciones de los piratas argelinos. El marqués de Dénia consiguió armar una escuadra con base en la capital de la Marina Alta, pero que tuvo una actividad efímera, a penas dos años, de 1618 a 1620, pero no exenta de éxitos, como la captura de la nave capitana de Argel, una empresa que le reportó al marqués unos beneficios de 300.000 escudos, fueron capturados 130 corsarios y liberados los 300 remeros, en su mayoría cristianos prisioneros.La Vila Joiosa no necesitó de señores para armar sus flotas, que los propios vecinos convirtieron sus navíos de pesca en naves corsarias. De los primeros éxitos iniciales, en 1549 y en 1551, se pasó a la conversión del corso en actividad casi principal, de tal manera que, enorgullecido por los triunfos de los bajeles "vileros", en 1585, Felipe II concedió a los habitantes de la villa principal de la Marina Baixa todo derecho sobre las capturas que recayese sobre el patrimonio real. Por otro lado, en Alicante, hacia 1615, fue Francesc Miralles d'Imperial, miembro de una familia muy vinculada con Elx, quien organizó escuadras corsarias para atacar Berbería.Sin embargo, la reacción cristiana llegaba después de más de medio siglo de incesante actividad de las flotas argelinas. En previsión de los ataques, las cortes valencianas de 1552 pidieron al rey la creación de una red de torres y atalayas en todo el litoral regnícola, así como la formación de un cuerpo militar para guarnecerlas. El costo debía de sufragarse con el impuesto que gravaba la seda y del sobrante de los derechos del General, siendo el virrey y dieciocho electos, seis por brazo (real, nobiliario y eclesiástico) los encargados de ejecutar las construcciones y organizar la guardia.El duque de Maqueda y marqués de Elche, virrey de Valencia entonces, dictó las ordenanzas de 15 de octubre de 1554 sobre la guardia marina del reino, encargada de vigilar el litoral, dar la alarma ante la presencia de corsarios y reunir los efectivos para rechazarlos: compañías de caballería de costa, la milicia de las localidades vecinas y, si fuere preciso, los refuerzos regnícolas.

Estas medidas, puestas en práctica, podrían ser eficientes en caso de ataque aislado, pero ya en aquel tiempo se dudaba de su eficacia ante la presencia de una flota bien equipada, como la turca de Piali Pachá, que en 1556 atacó Menorca. En las costas ilicitanas (incluida Santa Pola), todavía sobresaltadas por el ataque de 1552, el virrey -y señor territorial al mismo tiempo- ordenó la aplicación de las ordenanzas de 1554, he aquí el origen de las fortificaciones del litoral, algunas ya desaparecidas, como las torres de Pinet o del Carabassí. La primera era la más meridional del término ilicitano, a una legua de distancia de Guardamar, de la cual únicamente queda su base cuadrada. Una pequeña guardia, entre dos y cinco hombres, que podía ser incrementada en caso de alerta, se encargaba de su custodia. A poca distancia de la de Pinet, en la albufera, muy cerca de la carretera, se erige solitaria la restaurada torre de Tamarit o torre Vella. Poseemos pocas noticias de ese torreón, aunque sabemos que el arquitecto Giovanni Battista Antonelli, enviado por Felipe II para supervisar las obras de fortificación del litoral mediterráneo, propuso en 1563 la instalación de un morterete para impedir a los corsarios desembarcar en la zona.La torre del Cap de l'Aljub, construida en tiempos medievales, era la mayor y más importante, con guarnición permanente y que daba vida al pequeño emporio pesquero de temporada, que después se convertiría en el Llocnou de Santa Pola. En 1557 el virrey y señor de Elche decidió construir allí un castillo y fundar una población estable, que según el cronista Rafael Martí de Viciana tomó "el apellido de la isla de Santa Pola, que está en el paraje de dicho castillo". La torre se encajó en el diseño de la nueva fortificación hasta que ha finales del XVI fue demolida y substituida por el Baluard del Rei, el único que ha pervivido hasta hoy.En la sierra santapolera se encuentra la torre de Les Escaletes, de planta circular y forma troncocónica rematada por una guirnalda, de diseño parejo al de otras torres del litoral valenciano: Moraira, Piles o Canet. Tenía una guarnición de dos guardas y un alcaide. La puerta de acceso está presidida por una inscripción, que conmemora la visita que le hizo el virrey Vespasiano Gonzaga (1575-1578).

También en la sierra, La Talaiola es la torre que ha servido para albergar el faro del Cap de l'Aljub, mientras que su parte inferior ha quedado rodeada por la vivienda del farero. Sin embargo, aún es posible contemplar la esbeltez original de la edificación, que contó en el pasado con una guarnición de dos guardas de a pie y uno a caballo. Por su estratégico valor, que no ha perdido en la actualidad, Antonelli propuso la instalación de un cañón. Tenía dos garitas, chimenea y una escalera de caracol de obra que conducía a la azotea, que desaparecieron para adecuar el edificio a su actual función.Finalmente, para cerrar este breve recorrido por las torres costeras del Baix Vinalopó, nos referiremos a la desaparecida torre del Carabassí, situada a media legua de distancia de La Talaiola, según testimonio del cronista regnícola Gaspar Escolano. Fue la más septentrional del marquesado ilicitano y conectaba con la de Aigua Amarga, ya en tierras de Alicante. No tenía guirnalda, pues Antonelli proponía construir una e instalar un morterete. El duque de Lerma, virrey de Valencia (1595-1597), mandó la construcción de dos garitas, un armario para las municiones y un establo, cuyo coste de 195 libras valencianas había de pagar el Consell ilicitano, aunque ya no podemos saber si, finalmente, se realizaron esas obras.

david@garrido-valls.net

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