La Torre del Olvido en Jérez.

Todo fluye. Un río de vehículos que no cesa. Un transcurrir constante de personas. La indiferencia. El viento. Ese maldito viento de levante. Pasarán una y otra vez dejando su huella. Sólo la torre permanece quieta. Vigilando el Muro y la Ronda del Caracol. Oteando desde hace siglos ese horizonte por donde llegan los enemigos. Enorme y quieta, como una gigantesca anciana desvalida y abandonada que sólo espera la muerte.

La muralla jerezana discurre casi siempre oculta por otras edificaciones conformando un perímetro cuya forma se aproxima a la de un cuadrado. Los muros tienen unos 2,60 metros de grosor, unos 9 de altura y están realizados en tapial (tierra y cascotes fraguados con cal), usándose en algunos puntos el ladrillo y la cantería. Al parecer la obra que se conserva hoy fue construida durante la dominación almohade, a mediados del siglo XII, si bien las últimas investigaciones indican que se edificó sobre una obra del siglo anterior.

En los vértices del conjunto se sitúan grandes torres: al norte y al sur de forma octogonal y al este y al oeste cuadradas.

Mediados del siglo XI. Cuántas veces ha llegado desde entonces el levante a depositar el mal a los pies de los muros. Por aquel tiempo traía soldados, caballos y caballeros, peones y gerifaltes. Lanzaban flechas, fuego. Atacaban con torres de asalto y escalas, minando las fortificaciones. Aceite hirviendo. Sangre. Montones de cadáveres. Así una y otra vez. Todo lo controlaba la mole del torreón. Resistencia. Hambre. Guerra. La ciudad sitiada. La vida de la torre era la vida de Jerez. Por esos sus heridas se curaban con rapidez. Alfonso X, Abu Yusuf, Abu Malik, don Rodrigo Ponce de León. Nombres que traían el miedo al interior del recinto murado. La única que no temblaba era la torre, segura de su fuerza.

Siguió soplando el levante, llevándose a los ejércitos. La ciudad creció y se llenó de frailes, de nobles orgullosos, de truhanes y comerciantes extranjeros. Ya nadie habría de atacar y las casas se fueron alejando cada vez más de las defensas medievales. Muros de tierra. Torres de tierra. El alma de una población próspera. No estaba en proyecto derribar la vieja mole que había en la calle Muro. Fue entonces cuando Jerez vistió sus murallas con viviendas, bodegas y talleres. Las cubrió con un manto de casas como se arropa a una criatura. El torreón siguió observando desde su nuevo refugio. Vio nacer Picaduelas y crecer el monasterio de la Merced. Notó cómo entraban las carretas llenas de uva de los campos cercanos y salían al tiempo cargadas de botas que se perdían en el horizonte, rumbo al océano. Fueron tiempos felices, sin apenas daños. Sólo el levante siguió soplando.

El viento del este, del sur, del sureste. El aire que viene desde el Estrecho cruzando los hermosos campos de Medina. Un viento cuya única obsesión es trastocarlo todo. Volver loca a la gente. Arrancarla de su tierra. Tardó siglos pero acabó por levantar a los frailes, los nobles, la riqueza y las bodegas. Pero siempre traía algo a cambio. Necios que hablaban de progreso sin saber a qué se referían. Ignorantes que después de siglos descubrieron el torreón y derribaron los edificios que lo flanqueaban pensando que lo harían destacar. Mientras el levante soplaba y sonreía con malicia trayendo capas y capas de olvido. Empezó la caravana diaria de coches y los paseos de montones de niños y adolescentes que apenas levantaban la vista para mirar a una vieja señora enferma. Aparecieron los signos de la muerte. Algún pájaro empujado por el viento. Quizás el propio viento empujado por el Diablo. Qué más da quien fuera el que trajo la semilla de la que creció el árbol que hoy corona la maltratada esquina de la muralla. Una burla del destino. Una señal de la apatía de los jerezanos. Mientras, el viejo torreón vigila a los enemigos. A la especulación inmobiliaria y al río de ciegos que corre sin descanso a su lado. Al levante que con sus garras le arranca lentamente la piel.

Y algún día, harta de soportar tanta indiferencia, la torre buscará la muerte. Dejará escapar la tierra de sus cimientos y entonces vendrán los lamentos.

www.diariodejerez.es

No hay comentarios: